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Cómo ser originales rodeados de copias y panfletos (Parte I)


“Qué me importa que el rey venda a Bonaparte sus esclavos si nosotros estamos dispuestos a ser libres”.

Nosotros hoy diríamos, parafraseando a Bolívar: qué nos importa a nosotros cuál de los bandos del capitalismo se quede con nosotros los esclavos, si nosotros estamos resueltamente dispuestos a ser independientes, a forjar otro futuro, otro destino, otra manera de pensar, otro modo de producción; en fin, otra cultura.


Cuando Simón Narciso Rodríguez, aquel desaliñado caraqueño que formó a Bolívar, según propias palabras del otro Simón, “para lo bueno lo grande y lo hermoso” nos dijo: seamos originales. Lo primero que nos enseñó fue “no me repitan, no me tornen en panfleto, no copien lo extranjero, no repitan como loros, no imiten como primates, aunque suene y se vea bonito”; nos dijo “seamos nosotros no otros, tracemos las bases de la existencia con el orgullo de ser los seres universales que somos, no seamos las morisquetas de músicos, de pintores, de poetas, de políticos, de académicos, de intelectuales, en fin, de ministriles que añoran el aplauso de las cortes extranjeras o como mínimo ser parte de una cortecita minera, inventada por dictadores, adecos y copeyanos, imbuidos de mal gusto y ordinariez con su banderita, su himno, su escudo, su trajecito nacional, su segundo o tercer himno para, borrachos, enternecernos hasta las lágrimas en el extranjero, su baile nacional, su arepa y las demás quincallas con que nos adornamos para no ser nosotros, sino la ridiculez que pueda ser aplaudida por las mafias extranjeras que expolian al planeta”.


Cuando este viejo fabricante de velas para alumbrar las mentes nos legó sus hechos y palabras, no lo hizo con la intención de que lo convirtiéramos en la rareza a la que se le puede sacar provecho, con doctorados ensayos y otras bolserías sobre su vida, sino que lo hizo con la angustiosa intención de que comprendiéramos que sólo podíamos ser universales desde la originalidad que somos naturalmente y que esa naturalidad —esa intracultura— debía, puede y debe crearse originalmente desde el pensamiento que la nombre y con la cual nombra.


Esa es la gran deuda que Bolívar y Chávez nos invitan a saldar. Abandonemos la comodidad idiota del creer y metámosle el diente a la realidad, y la realidad es que hasta el más encumbrado de estas minas es un esclavo ante los dueños del mundo.


En adelante cada palabra estará dedicada a esta búsqueda, a la sospecha de la costumbre y la tradición, venga de quien venga y sosténgase en lo que se sostenga, porque, por encima de lo que sea, nunca la tradición y la costumbre acompañarán a los pueblos hacia un destino que no sea el eterno presente de esclavitud en la que habitamos.


Lo que estamos escribiendo, producto de los hechos generados en principio por los intereses del capitalismo y después con la aparición de la propuesta chavista, no es para competir, combatir o derrotar al humanismo o su aparato de producción: el capitalismo. Eso ya ha sido intentado y ha fracasado en los términos de éxito y fracaso con el que se mueven las motivaciones de los individuos en la actual cultura; lo hacemos con el deseo de hacer un aporte como millones que ocurrirán al intento de sustitución de esta cultura humanista individualista por la, posible y totalmente factible, cultura colectiva de arquitectura comunal.


Lo hacemos también con la intención de que los jóvenes y niños, en cualquiera de sus géneros, no continúen consumiendo todo como droga en sus infinitas formas y gustos, sea física, religiosa, ideológica, donde el consumismo absoluto se promueve como deporte extremo, como la máxima gloria que se pueda alcanzar. Los jóvenes, convencidos y deslumbrados en la creencia de que la libertad está en el consumo masivo de tecnología, no se percatan de que la misma los hace más esclavos porque tienen que trabajar mucho más y su desgaste es mayor. Pero, al final, como toda droga, lo que queda es la gran mona, el gran ratón y delirar en medio del gran bajón, buscando consumir hasta el infinito.


Los niveles de consumo físico que nos propone el capitalismo son imposibles de cumplir, bien sea por la carencia en las mayorías o por la opulencia en las minorías. En ambos casos, por medio de la propaganda y las nuevas tecnologías, el capitalismo ha conseguido que todos consumamos infinitamente desde la mente o el cerebro, porque lo que el cuerpo no puede lo puede la mente: la mente puede consumir lo que sea, aun la sobredosis.


Metámosle el diente al fulano humanismo


Hablar sobre el humanismo es como hablar sobre el cerebro, el estómago, las vísceras, las uñas, de cualquier parte del cuerpo. Y cuestionarlo es cuestionarse todo. Nos atemoriza o nos da miedo hablar de ello, porque si lo cuestionas para decir que no es el deber ser del ser, entonces nos generaría mucho miedo, nos quedaríamos en el vacío y preferimos buscar otro tipo de argumentos, otras justificaciones para no hablar contra o cuestionar al humanismo en cualquiera de sus partes o formas. Como si siempre hubiera estado allí, como si fuera nuestro cable a tierra, el controlador de la energía-materia que somos y que, sin él, no podríamos vivir. Pero olvidamos que antes, mucho antes de que existieran los dioses, o existiera un dios, o que habláramos y nos comunicáramos, ya existíamos: mucho antes de que estuviera cualquier pensamiento sistematizado, es decir, antes de cualquier forma o manera de nombrarnos como especie existíamos como tal en cualquier geografía, en cualquier clima, en cualquier modo, uso o costumbre. De manera que si la gente pudo desprenderse de la cultura arraigada en el pasado y por las cuales estuvo dispuesta a morir, a matarse y a matar. Si las élites fueron capaces de entender que las deidades, sean varias o una sola, eran invención de gente, también podemos, como especie, desprendernos del humanismo y sus hechuras dominantes.


¿Es imposible separarnos del humanismo y su aparato de producción, el capitalismo? No, radicalmente no. ¿Es complicado? Sí. ¿Es problemático? Sí ¿Genera temor? Sí. ¿Es doloroso? Sí. ¿Es largo y tedioso el proceso? Sí. Y su peor traba, como dijera Simón Narciso, es la fuerza de la costumbre, las tradiciones, los intereses arraigados, el poder mediático e ideológico de los dueños, el control del aparato de producción. Pero, fundamentalmente, es el hambre, el miedo y la ignorancia, más las ilusiones, quimeras, utopías, esperanzas sembradas en los cuerpos de las mayorías esclavizadas lo que no permite a esta especie entenderse con la capacidad de decidir su destino, de diseñar su futuro no como individuo, sino como especie, como un todo.


Hay gente que dice, por ejemplo, “yo no puedo vivir sin el carro, sin el celular; “me muero sin la internet, la televisión, el arte, el cine, la música, el papel tualé o la mayonesa”. Si no está eso está cualquier estupidez que nos la hayan convertido en tótem o centro de adoración. Ese apego a los objetos nos inhibe de intentar otras opciones, aun cuando nos evidencien lo perjudicial de la costumbre o tradición en que estamos imbuidos; entonces se nos presenta el dilema entre separarnos del humanismo o quedarnos en la tragedia que comporta.


Si abandonamos esta cultura de tragedia para la mayoría y mieles para la élite nos vamos a morir y nos iremos al abismo de lo incierto, como cuando se hablaba de que la tierra era plana y después de ella lo que quedaba eran los abismos insondables en los mares, donde la gente se moría si se aventuraba aventuraba, era tragada por esos sumideros que conducían a mundos terroríficos, comarca de monstruos y demonios. Las élites religiosas monárquicas absolutistas usaban esta ideología mitológica si alguien se atrevía a cuestionarlos.

Con el humanismo pasa lo mismo. Sus intelectuales, sus políticos, profesionales, académicos, empresarios, dueños, nos repiten a diario que ha llegado el fin de la historia, que debemos acomodarnos como mejor podamos, que no hay nada que hacer, que quedarnos sin el humanismo es morirnos, quedarnos sin nada, desaparecer. Sumida en ese miedo, la especie se va degradando porque el capitalismo, para existir, requiere convertir en inerte todo lo existente, es decir, la vida. No hay otra opción.


La otra opción es separarnos conscientemente de este modo de producción y su cultura, no es cierto que el mundo se vaya a acabar. En definitiva, el mundo se acaba para el que se muere. Nadie va a evaporarse porque desaparezca un pensamiento, un gobierno, una empresa, una fábrica, un ejército, las iglesias o los espectáculos. La especie va a seguir viviendo porque la especie es la vida en una de sus millonésimas formas. Por tanto, pueden desaparecer todos los pensamientos y todas las construcciones físicas que genera ese pensamiento-práctica de una cultura equis, pero la gente no va a desvanecerse. Para que desaparezca tendrían que producirse eventos naturales, que la tierra se salga de su órbita, la impacte una ñasca muy grande que la desbarajuste, y bueno, listo, vuela esta especie, porque desaparecen las condiciones materiales que la hacen posible. Pero un pensamiento no va a eliminar a esta especie. La puede maltratar, llevarla al máximo de su descalabro, como es el caso de los últimos cinco mil años con la aparición y sistematización del pensamiento que hoy se resume en el humanismo, en todas sus formas y variantes; pero ningún hecho de pensamiento, sea una bomba, una guerra, avance tecnológico o inteligencia artificial y sus máquinas, o cualquier otro evento producido por el pensamiento, eliminará a esta especie.

El filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel afirmaba que el continente latinoamericano no formaba parte de la “Historia”, cuyo centro era Occidente.(Foto: Archivo)

En la vida puede desaparecer una que otra especie por las condiciones materiales de su existencia y por su incapacidad de defensa ante la voracidad de las élites humanas —que en ese desespero por evitar el miedo, la ignorancia, el hambre, han destruido y hecho desparecer muchísimas especies animales, vegetales, minerales—, pero no por eso la vida dejará de existir. Incluso, estamos convencidos de que la especie que somos será capaz de superar esas lacras que arrastra desde los confines de los tiempos y hará posible un modo de producción que supere esta condición depredadora que nos caracteriza.

¿Al servicio de qué está el humanismo? ¿Por qué se generó el humanismo? ¿Para qué se generó el humanismo? ¿De dónde viene el humanismo? ¿Qué es lo que es en esencia el humanismo?


Está al servicio de élites que sistematizaron experiencias, de haceres ancestrales, todos ellos en función de superar las tres grandes taras ya nombradas, a saber el hambre, el miedo y la ignorancia. Estas élites constituidas en poderosas por la vía de la guerra y sus complejas estructuras generaron este pensamiento que hoy usan como lo más logrado por ellas. Aunque, con el devenir, estas élites siempre han tratado de ocultar la purulencia de la guerra, dando a entender que todo el progreso se debe a la tecnología, el arte, la filosofía, la política, el trabajo, la ciencia, la religión, todo ello aderezado con el mito del esfuerzo de las élites que se sacrifican por sus pueblos, culturas y civilizaciones.

El humanismo sigue siendo en esencia la continuidad de un pensamiento religioso guerrero que se complejizó en el tiempo. Sus representaciones, códigos, claves, son también la sustitución de un imaginario de deidades en el planeta. Pero la gran diferencia que establece el humanismo es que valida el poder del individuo, ya el individuo no necesita intermediario para justificar sus veleidades, miedos, ignorancias y hambres; ya sabe que dios es su creación y no a la inversa. Esto lo libera de toda responsabilidad y da paso al reemplazo de dios, generando al individuo como su sustituto, ya no como representante, sino como un ser todopoderoso, capaz de crear a dios.


Antiguamente la gente había generado dioses. Dios y estos eran una réplica del hacer habitual de sus creadores, de su construcción cotidiana. Si la gente guerreaba, sembraba, criaba, pescaba, cazaba, los dioses eran la sublimación de esos hechos, pero, además, la gente le asignaba poder a fuerzas que le eran incontrolables y generalmente dañinas a su existencia. En la medida que esas culturas se van desarrollando en las distintas geografías, sostenidas por la guerra como modo mayoritario de obtención del botín, aparecen las tecnologías, la organización compleja. Entonces, ya los dioses se vuelven inútiles, la gente empieza a resolver problemas con la arquitectura, la ingeniería, la agricultura, la fabricación de objetos que igual sirven para la guerra que para la agricultura o la carpintería, la pesca, el arte; van creando modos, usos y costumbres complicadas que requieren ser sistematizados y por tanto terminan por ampliar el pensamiento como una herramienta que merece mayor importancia. En definitiva, a ocupar el papel de los dioses en el cerebro. Cuando ya se hacen inútiles las deidades para el convencimiento de la especie, las élites, de acuerdo con sus intereses, de logros mayores u otros objetivos, comienzan a cuestionar los pensamientos anteriores o religiosos. Cuando ya se vuelven trabas en el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas, que al final son las que determinan la cultura o las relaciones de producción en todos los tiempos y que se vuelven representación, códigos, claves en el pensamiento sistematizado, en este caso estamos ya hablando del humanismo.


Esos tótem comienzan a ser cuestionados en los cerebros élites y su sitio comienza a ser ocupado por los pensamientos que resuelven problemas, que van más allá de lo elemental. Generalmente, quienes hacen eso son las élites, eso no lo hace lo especie en su totalidad, la especie en general se ha mantenido durante todo su trayecto como esclava.


Todo el pensamiento que vemos hecho físico en el espacio y tiempo es la sistematización de lo físicamente realizado de manera empírica por el esfuerzo de millones de cuerpos creadores, incluido el mismo pensamiento. Esta sistematización fue realizada por una élite bastante pequeña, en comparación con la gran mayoría. Estamos hablando de que no más de quinientas millones de personas en la actualidad tienen acceso a cierto disfrute de las mieles que genera el capitalismo. Siete mil millones estamos sometidos a la esclavitud permanente y a lo largo del trajinar de esta especie, siempre hemos estado sometidos en todos esos procesos de creaciones de dioses, de dios, del humanismos, con todas sus construcciones e imaginarios.


Las élites utilizan esa codificación para perfeccionar el control sobre la especie y mantenerla, como siempre, en estado de esclavitud. Se le puede llamar esclavo, siervo, obrero moderno, fuerza de trabajo, lo que sea; pero seguimos siendo esclavos porque no decidimos nada. Entonces, este pensamiento de lo humano quien lo sustenta y disfruta es una élite. El desarrollo de esas fuerzas productivas, su crecimiento, su producción de riqueza, al final beneficia a los individuos poderosos.


El nacimiento del humanismo es la solución de una contradicción. La existencia del individuo poderoso y dios, su creación, que es hecho a su imagen y semejanza. Pero antes esta contradicción se presentó entre las culturas que creían en los dioses y los creadores del dios único, que representaba un solo ser presidiéndolo todo en el universo. Es de tomar en cuenta que esas contradicciones se dan entre culturas guerreras que acumulan poder por encima de otras, y que necesitan ser justificadas por alguien superior a los dioses que representan a estas culturas. Estamos hablando de la guerra entre el paganismo y los cristianos, por lo menos en Europa. Insistimos que todo ello tiene que ver con la aparición de nuevas formas productivas, que a su vez van necesitando otras nuevas relaciones de producción que al final terminan constituyéndose en nuevas culturas representadas en un nuevo y complejo sistema de pensamiento.

El cómo se fue desarrollando la guerra determinó el modo de organización. Imaginamos inicialmente una montonera y, luego, los destacados, los visionarios, los analistas dentro de las montoneras fueron creando métodos, organización y determinaron que la mejor forma era la piramidal, la cuadrícula, siempre con un jefe, los transmisores de órdenes y los ejecutores. Los hechos también determinaron la preservación de los jefes y de ahí la derivación de los privilegios, la constitución de élites y a partir de entonces la cultura. La costumbre y la justificación ideológica de la existencia de ese poder que se va complejizando a lo largo del devenir en la cultura guerrera.


Lo colectivo jamás ha tenido existencia para sí porque esta existencia la da el nombrarse, quién se nombra y quién nombra. Si nombras, existes como poder y si te nombran perteneces al poder, porque el que nombra, el que designa, es el poderoso. Yo que lo he creado, soy aún más poderoso más omnipresente y más uniabarcante que dios. ¿Pero esa visión quién se la da al individuo? ¿Se la da su pensamiento, nace de su cerebro? No, se la da el análisis de su realidad. Es decir, yo que tengo ejércitos, yo que tengo aparato de producción, yo que muevo esclavos, soy más poderoso que cualquier otro. Es desde ahí de donde vienen las elucubraciones, las disquisiciones, el pensamiento, y comienza a moldearse, a constituirse, a crear métodos, tecnologías, medios de difusión, medios de adquisición del conocimiento, modos de aplicación, medios de reproducción… todo lo que ya como tal conocemos. El humanismo es creado por élites poderosas que les va a justificar sus hechuras, como antes se justificaron otras hechuras de las élites poderosas, en nombre de deidades o de dios único todo poderoso.

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